martes, 13 de marzo de 2018

Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez y Valparaíso de Abajo.



La reina sin nombre de Hartzenbusch.

Describe la abolición de la ley de raza que impedía los casamientos entre Godos e Hispano-romanos, por el rey Recesvinto que acaba casándose con una Hispano-romana, la reina cuyo nombre se olvidó la Historia. 

Declara Hartzenbusch que encontró la sustancia de esta historia en los papeles de un tío abuelo materno, D. Julián Martínez Calleja. Se trataba de la traducción de un códice latino procedente de Cabeza del Griego (provincia de Cuenca) donde estuvo la ciudad romana de Segóbriga.

 ¿Existieron realmente estos papeles? Es dudoso pero posible dada la gran seriedad de la erudición de Hartzenbusch. 

Gran parte del relato ocurre en Segóbriga y en Valparaíso de Abajo, provincia de Cuenca, lugar de nacimiento de Doña Josefa Martínez Calleja, madre del autor. 

El casamiento de un Godo y de una Hispano-Romana oriunda de la región de Cuenca, a pesar de leyes y prejuicios raciales recuerda con evidencia el casamiento del Alemán Santiago Hartzenbusch con la Española Josefa Martínez. No hay que extrañar, pues, que la reina sin nombre (apenas conoció a su madre) resulte tan simpática. Finalmente, con la prueba terrible a la que se somete la futura reina para saber si era digna de casarse con el príncipe, se da a los lectores una gran lección de moral. 


Juan Eugenio Hartzenbusch Martínez (Madrid, 6 de septiembre de 1806, Madrid 2 de agosto de 1880). Dramaturgo, poeta, traductor, filólogo y crítico español, uno de los más destacados representantes del drama romántico. Es conocido principalmente por su pieza Los amantes de Teruel (1837). No hay que confundirlo con su hijo, el bibliógrafo Eugenio Hartzenbusch e Hiriart.
Nació el 8 de septiembre de 1806 en Madrid. Hijo de una española, María Josefa Martínez Calleja, hija de un labrador de la villa de Valparaíso de abajo, y un ebanista alemán arruinado por la Guerra de la Independencia, quedó huérfano de madre cuando contaba sólo dos años de edad y vivió con su padre y hermano durante unos años en Valparaíso de Abajo, pueblo de la provincia de Cuenca. En 1815 la familia regresó a Madrid; allí el padre creó un nuevo taller de ebanistería. Juan Eugenio se preparó para tomar los hábitos estudiando con los jesuitas en el Colegio de San Isidro (1818-1822), aprendiendo latín, francés y humanidades, pero, al carecer de vocación religiosa, prefirió continuar con la actividad del padre. Se cuenta que empleaba sus ahorrillos para comprar libros y asistir al teatro.

Por enfermedad del padre y confiscación de sus bienes a raíz de su participación en los sucesos del Trienio Liberal (1820-1823), el muchacho tuvo que trabajar en talleres ajenos, logrando por un esfuerzo admirable de su voluntad abrirse paso a una educación superior y triunfar en una sociedad cerrada a tales milagros.

Se casó muy joven (1820) con María Morgue, que murió muy pronto, y volvió a contraer matrimonio con Salvadora Hiriart. En 1824 asistió por primera vez al teatro, lo cual cambiaría definitivamente el rumbo a su vida. Tradujo obras francesas de Molière, Voltaire y Alejandro Dumas y refundió comedias del Siglo de Oro desde 1827, como por ejemplo El amo criado, de una pieza de Francisco de Rojas Zorrilla estrenada en 1829, o Las hijas de Gracián Ramírez (1831), a partir de La restauración de Madrid de Manuel Fermín de Laviano y que, encargada por un empresario, fue un rotundo fracaso.

En 1830 aprendió estenografía y se sumó a la plantilla del periódico Gaceta de Madrid en 1834; en 1837 se convirtió en taquígrafo del Diario de Sesiones del Congreso y el 19 de enero de ese mismo año estrenó con enorme éxito en el Teatro del Príncipe su drama Los amantes de Teruel, que le dio a conocer.
Fue presidente del Consejo de Teatros (1852). Fue nombrado director de la Escuela Normal (1854) y trabajó como oficial primero a partir de 1844 en la Biblioteca Nacional, donde ascendió hasta ser nombrado director de la misma (1862-1875).

En 1847 ingresó en la Real Academia Española con el número de orden 179 y ocupó el sillón ele minúscula.  Su discurso de ingreso versó sobre el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón. Colaboró también en la edición de la Biblioteca de Autores Españoles de Manuel Rivadeneyra encargándose de prologar y corregir el texto de las obras de Lope de Vega y Calderón de la Barca, y dirigiendo la edición del Teatro escogido de Tirso de Molina. También realizó una edición del Don Quijote y dejó preparadas las notas para una segunda. Hartzenbusch, que murió en su vivienda del número 13 de la calle de Leganitos el 2 de agosto de 1880, fue sepultado en el cementerio de la Sacramental de San Ginés y San Luis.
En 1886 el Ayuntamiento de Madrid le dedicó la calle de Hartzenbusch, anteriormente llamada calle de Moreno Rodríguez.

Hartzenbusch escribió además los dramas Doña Mencía (1839), un drama muy original sobre la Inquisición; Alfonso el Casto (1841), que utiliza uno de los peores recursos dramáticos del Romanticismo; La jura en Santa Gadea (1845), donde el personaje del Cid aparece tierno y sensible sin perder por ello su parte de héroe; La madre de Pelayo (1846) y La luz de la raza (1852).

También cultivó la comedia de magia, con obras como La redoma encantada (1839) o la famosísima en su época Los polvos de la madre Celestina (1840). Escribió también Fábulas (1843), algunas de ellas versiones de fabulistas alemanes como T. Conrad Pfeffel, Christian Gellert, Fiedrich von Hagedorn, Gotthold Ephraim Lessing y otros ingleses desconocidos en estas latitudes, otras extraídas de la colección francesa Fablier de la jeunesse (1801), otras inspiradas en escritores clásicos del Siglo de Oro, como Mateo Alemán, Lope de Vega y Calderón, y otras completamente originales (por caso, Las indirectas del padre Cobos), así como artículos costumbristas. En las fábulas no escasea la crítica social.

Entre sus sainetes en prosa destacan La visionaria (1840), La coja y el encogido (1842) y Juan de Viñas (1844). Editó clásicos españoles, entre ellos Miguel de Cervantes, Tirso, Lope, Alarcón y Calderón, con prólogos y notas y, por lo general, muy atinadas correcciones textuales. Sus ideas sobre ecdótica y crítica textual estuvieron muy por encima de las de sus contemporáneos y las ejerció en sus ediciones y en particular en una de Don Quijote de la Mancha y en un gran número de correcciones textuales a esta obra que dejó inéditas y fueron publicadas póstumas. Colaboró en los treinta y cuatro volúmenes de la Enciclopedia moderna. Diccionario universal de literatura, ciencias, artes, agricultura, industria y comercio (1851-1855), publicada en Madrid por Francisco de Paula Mellado, supervisando la traducción y corrigiendo, ampliando y adaptando los autores dramáticos.

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