lunes, 1 de febrero de 2016

Aben-Mazloca, Cela y Gerardo Diego

Los caballeros santiaguistas estuvieron presentes en todas las acciones guerreras de la Reconquista y sus territorios se extendieron principalmente por La Mancha. A esta Orden pertenecían pueblos de las actuales provincias de Ciudad Real, Cuenca, Toledo, Madrid, Guadalajara, Jaén y Murcia.

La primera acción militar notoria en la que intervinieron fue para ayudar al ejército de su protector Alfonso VIII en la toma de la ciudad de Cuenca, en 1177. Su contribución en dicha conquista fue tan importante que el rey añadió, en el terreno recién conquistado, nuevas donaciones a la Orden, entre ellas: Dos casas cerca de las de Aben-Mazloca, en el mismo alcázar de Cuenca, dos solares, un molino en el río Moscas y un huerto próximo a este río.

Con las donaciones hechas  a Pedro Fernández, el fundador de la Orden, se creó al poco tiempo el Hospital Santiago Apóstol en Cuenca. Una de las trece collaciones en que se dividió la ciudad se llamó también Santiago, quedando su iglesia dentro del recinto de la misma catedral.

Alfonso VIII cedió también Uclés a Pedro Fernández para que se estableciera allí y defendiera la frontera, según Escritura Real extendida en Arévalo el 3 de enero de 1174, siendo desde entonces la casa principal de la Orden. Asimismo cedió a la Orden Moya en 1211, a las que se unirían posteriormente Ossa de Montiel, Campo de Criptana, Pedro Muñoz, Montiel y Alhambra. La congregación prosperó, adquiriendo bienes y territorios y llegó a formar una especie de diócesis con capital en Uclés, cuyo prior tenía autoridad casi episcopal.



Cuenca abstracta, pura, de color plata, de gentiles piedras, hecha de hallazgos y de olvidos –como el mismo amor-, cubiste y medieval, elegante, desgarrada, fiera, tiernísima como una loba parida, colgada y abierta; Cuenca, luminosa, alada, airada, serena y enloquecida, infinita, igual, obsesionante, hidalga; vieja Cuenca”. Camilo José Cela


Estrechada la Ciudad de Cuenca, y con pocas esperanzas de nuevo socorro, se rindió al Rey Don Alfonso de Castilla el día 21 de Septiembre, que entró en ella triunfante  y desde luego premió algunos de los que le habían servido siendo  de los primeros el Maestre de Calatrava don Martín Pérez de Siones  y su Orden  y después el de Santiago en el día primero de Octubre. Dióle las Casas del Moro Aben-Mazloca , que estaban en el mismo Alcázar de la Ciudad. 

Mas le dio lo de la Albufera que era entre, la Ciudad, y donde ahora està el Hospital en Huecar, poco antes de unirse con Xucar.

Mas le dio cierta Plaza junto al Puente, y Rio Xucar, después de unido con Huecar, que es donde ahora están el Hospital, y la Casa de la Moneda. Mas le dio otros, dos Solares cerca de otros yà dados à la Orden de Calatrava, cuyo sitio se ignora. De forma , que à nueftro Don Pedro fe le dio allí luego lo mejor de Cuenca, en el Alcazar, y en lo que el Rey pudo llamar Plaza


Gerardo Diego».  1970

«Romance del Júcar»

Agua verde, verde, verde,
agua encantada del Júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna

-bosques de san sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman-;

verde de corpiños verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,

y verde -rubor temprano
que te asoma a las espumas-
de soñar, soñar -tan niña-
con mediterráneas nupcias.

Álamos, y cuántos álamos
se suicidan por tu culpa,
rompiendo cristales verdes
de tu verde, verde urna.

Cuenca, toda de plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.

No pienses tanto en tus bodas,
no pienses, agua del Júcar,
que de tan verde te añilas,
te amoratas y te azulas.

No te pintes ya tan pronto
colores que no son tuyas.
Tus labios sabrán a sal,
tus pechos sabrán a azúcar

cuando de tan verde, verde,
¿dónde corpiños y lunas,
pinos, álamos y torres
y sueños del alto Júcar?


Romance del Huécar»

Y el Huécar baja cantando,
sabiendo lo que le espera,
que va al abrazo ladrón
de su nombre y de su herencia.

Y el Huécar baja contento
y cantando pasa el Huécar,
torciendo de puro gozo
sus anillos de agua y menta.

Toda la hoz, todo el eco
de la noche gigantesca,
se hace silencio de concha
para escuchar su pureza,
porque viene tan vacante,
tan sin cítolas ni ruedas,
que está inventando la música
al compás de su inocencia.

Nunca vi un río tan íntimo,
nunca oí un son tan de seda,
es el resbalar de un ángel
unicornio por la tierra.

A un lado y otro del tránsito
renuevan su muda alerta
rocas de pasmo sublime
humanadas de conciencia,

casas con alma y corona
y, al baño de luna llena,
los descolgados hocinos
sus rocíos centellean.

La creación está aquí,
aquí mismo se congregan
el nacimiento del aire,
la voluntad de la piedra.

Y allá en lo hondo –unicornio
entre lanzas que le tiemblan–
cosas que sabe del cielo
nos canta el ángel del Huécar.

Hoz del Cabriel»

I
Tierras de grosella.
Rocas de salmón.
Evidencia bella
de la sinrazón.

El sol de miel,
la huerta en flor, el río,
Hoz del Cabriel,
rosado desvarío.
II
Su abanico de mar
–cerca, lejos–
abre y cierra el pinar.
Tuerce el río
sus espejos.

Su resaca de mar
–mar de tierra–
el pinar abre y cierra.
Tuerce el río
cerca, lejos.
 

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