El señorío de Lara después de los Lara: expresión simbólica, identidad aristocrática y poder señorial (1352-1454)
Víctor Muñoz Gómez
Instituto Universitario de Estudios Medievales y Renacentistas Universidad de La Laguna
Los
señores de Lara
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Reinado de Pedro, muerte
de Juan Núñez III de Lara en 1350, y la de su hijo y heredero menor de edad-dos
años de edad-, Nuño, en 1352.
Juan Núñez de Lara muere
en diciembre de 1350, principal valedor de Leonor de Guzmán.
Nuño, el joven señor de
Lara murió en Bermeo el 19 agosto de 1352, no constando que fuera asesinado
pese a las sospechas de que así hubiera podido ocurrir.
Al señorío de Lara
había que sumar el señorío de Vizcaya, el cual Juan Núñez III había adquirido a
través de su matrimonio con María de Haro, hija de Juan el Tuerto, anterior
señor de Vizcaya, e Isabel de Portugal, acordado en 1330.
Toda esta herencia iba
a pasar a manos de la mayor de las dos hijas de don Juan Núñez, Juana de Lara[1].
Prometida en matrimonio a don Tello,
uno de los hijos de Alfonso XI y Leonor de Guzmán, hermano de Enrique-luego Enrique
II de Castilla-, conde de Trastámara, y ambos
medios hermanos del rey Pedro I este
enlace se efectuó finalmente en el 15 de octubre de 1354.
Quedaba así, pues, don Tello apoderado como señor de Vizcaya y
Lara.
Disfrutó del señorío de
Lara y de Vizcaya de forma discontinua, a razón de su alineación, bien en apoyo
de su hermano Enrique o siguiendo la fidelidad al rey Pedro.
Esta situación originó
que el rey favoreciera el matrimonio de la otra hija de Juan Núñez III de Lara,
Isabel de Lara, con el infante don Juan
de Aragón, en 1354[2],
con el fin de oponer a un Tello en rebeldía un posible candidato con derechos a
las posesiones que detentaba.
Aunque el infante
aragonés llegó a disputarle el señorío de Vizcaya entre finales de 1355 y la
primera mitad de 1356, Tello logró imponerse y mantuvo el control sobre su
patrimonio señorial hasta que, en junio de 1358, abandonó Castilla ante la
brutal represión que Pedro I desató contra él y sus hermanos en la que murió
uno de ellos, Fadrique, maestre de la orden de Santiago, gemelo de Enrique.
Cuando, tras la huida
de don Tello, don Juan de Aragón reclamó sus derechos al señorío de Vizcaya —y,
por tanto, al de Lara también—, la actitud del rey fue absolutamente contraria
a reconocerlos. De hecho, Pedro I ordenó asesinar al infante pocos días después
de que Tello escapara, por lo cual el patrimonio de los señoríos de Vizcaya y
de Lara quedó, de facto, integrado a la Corona.
Entre tanto, don Tello
permaneció en el exilio junto a sus hermanos Enrique y Sancho, en Aragón, en
Francia y de nuevo en Aragón, preparando su retorno a Cas tilla, que se
certificaría en último término con la exitosa campaña de 1366 dirigida por
Enrique de Trastámara con apoyo aragonés y la ayuda de las «compañías blancas»
contratadas en Francia.
La derrota de Pedro I
supuso el primer ascenso al trono de Enrique II, con el cual don Tello recuperó
sus señoríos, siendo intitulado «Conde de Vizcaya, e de Lara, e de Aguilar, e
Señor de Castanneda»
Exiliado de nuevo en
Aragón, tras la entrada de Pedro I en Cas tilla después de la batalla de Nájera
de 1367, sería tras la última ofensiva de Enrique de Trastámara en 1368 y el
asesinato del rey Pedro en Montiel en 1369 cuando don Tello recobró
definitivamente sus posesiones y títulos, manteniéndolos hasta su muerte, el 15
de octubre de 1370.
Aunque
don Tello dejó cuatro hijos y cinco hijas ilegítimos, a su fallecimiento no
contaba con descendencia legítima.
Ante esta situación, en
su testamento último legó el señorío de
Vizcaya al rey Enrique, su hermano, con todas las cosas de fuera», lo que
llevaba implícita la entrega con él del señorío de Lara a la Corona.
La
tibia fidelidad que Tello había mostrado hacia su hermano dio lugar a que
corriera el rumor de que había sido envenenado por orden del rey, como recoge
el canciller Ayala.
Fuera así o no, este
factor y la falta de herederos legítimos
debió de ser aprovechada por el monarca para favorecer la adquisición para la
Corona de un patrimonio tan sobresaliente.
Sin
embargo, su destino no iba a ser la integración definitiva y estable dentro de
realengo.
En
atención a los derechos heredados de su esposa, la reina Juana Manuel, -esposa
de Enrique II-hija de don Juan Manuel y de Blanca Núñez de Lara, hermana de
Juan Núñez III de Lara[3],
los señoríos de Lara y Vizcaya, sin titulación condal, fueron entregados por
Enrique II ese mismo año de 1370 a su hijo Juan, infante heredero.
Entre 1370 y 1379, el
infante don Juan se intituló como «[...] fijo primero heredero del noble e muy
alto mi señor el rey don Enrrique, e señor de Lara e de Viscaya».
Con su ascenso al trono
como Juan I de Castilla en mayo de 1379, ambos señoríos, sus bienes y derechos
quedaban de nuevo integrados en la Corona.
En todo caso, el
objetivo por parte de Enrique II —de hecho, también el de los siguientes
monarcas Trastámara— de unir Lara y Vizcaya a la dinastía regia parece
evidente.
De todas formas, la
inserción definitiva del señorío de Lara como parte del patrimonio y títulos de
la Corona aparejados al monarca no parece que cupiese tan claramente dentro de
los proyectos de Juan I.
Es cierto que en su
testamento, elaborado en 1385 durante la guerra de Portugal, los señoríos de
Lara, Vizcaya y Molina se asignaban al infante heredero Enrique.
No obstante, cuando en
la posterior reunión de las Cortes en Guadalajara en 1390 se produjo la
dotación de su segundo hijo, el infante Fernando-luego Fernando I de Aragón-,
además de con los títulos de duque de Peñafiel y conde de Mayorga y toda una
serie de villas y lugares de relevancia en la cuenca del Duero, este fue
primero de todo instituido como señor de Lara.
En su condición de
vástago de sangre real, el infante Fernando no dejó de jugar un papel de máxima
relevancia dentro de la política seguida por Juan I, tanto en lo que se refiere
a su función como elemento al servicio de la diplomacia de la dinastía como en
lo que tocaba a su integración en la sociedad política castellana como un
agente de primer orden en la defensa de los intereses de la casa reinante y en
el ejercicio del poder de la monarquía.
En las Cortes
celebradas en Guadalajara entre febrero y mayo de 1390 se perfiló efectivamente
esta función del infante Fernando en el aparato político y social de la Corona
de Cas tilla.
En esta reunión de
Cortes, de especial importancia a causa del conjunto de reformas relativas a
algunos de los principales pilares del poder monárquico promulgadas en ella, se
procedió a conferir al infante un patrimonio y títulos adecuados a su dignidad.
Allí, en ceremonia
solemne en presencia de los procuradores, Juan I le otorgó el título de señor
de Lara, alegando su herencia de parte de su madre, la reina doña Juana «[…]
que fuera nieta de doña Juana de Lara, madre de Don Juan Núñez de Lara, e del
dicho don Juan Núñez non fincara legítimo heredero».
Tras ello, el rey le
otorgó armas, hecho que veremos ha de ser considerado de no poca relevancia.
Ese mismo motivo, de la
herencia de su madre, Juan Manuel, en este caso como heredera legítima de don
Juan Manuel fue considerado para donarle la villa de Peñafiel y darle por ella
título de duque, coronándosele con una guirnalda de aljófar para destacar ese
hecho simbólico. Igualmente, se le donó la villa de Mayorga con título de conde
y el señorío sobre las villas de Cuéllar, San Esteban de Gormaz y Castrogeriz,
dándole además una renta anual de 400.000 maravedís para su mantenimiento y
ordenando que se le entregasen las villas de Medina del Campo y Olmedo en
cuanto fuera posible, puesto que por entonces las tenía por toda su vida
Constanza de Castilla, duquesa de Lancaster[4], a
resultas de una de las cláusulas del tratado de Bayona, tornando entonces a la
Corona San Esteban de Gormaz y Castrogeriz.
Con la asignación de
tan extensas posesiones y rentas, el infante pasaba a ser uno de los
principales ricoshombres del reino, señor de algunos de los lugares más
relevantes y prósperos de la cuenca del Duero, el estratégico corazón del
reino.
El infante Fernando
disfrutó del señorío de Lara durante toda su vida, aún después de su
proclamación como rey de Aragón en 1412, y sin duda aquella fue la primera de
sus dignidades, solo por detrás de la de infante real.
Tras
el fallecimiento de Fernando I de Aragón en 1416, el señorío de Lara fue
heredado por su segundogénito, el infante Juan de Aragón, junto con los títulos
de duque de Peñafiel y conde de Mayorga[5].
Desde que en 1425 Juan
de Aragón se convirtió en rey consorte de Navarra por su matrimonio con la
heredera de Carlos III, Blanca, realizado en 1420, la consideración del señorío
de Lara se fue diluyendo progresivamente.
Así, la referencia al
señorío de Lara desapareció de sus emblemas, al adoptar Juan como sus armas
reales un escudo partido, en el que, en el primer partido, a la izquierda,
aparecían cuarteladas las armas reales navarras (Navarra y Evreux) y, en el
segundo partido, a la derecha, se representaban, cuarteladas en aspa, las armas
reales de Aragón y de Cas tilla y León,
El único título
castellano al que se siguió remitiendo fue al ducal de Peñafiel, colocado junto
al resto de títulos ducales que atesoraba, que pasaban a ser prioritarios en el
reflejo de su inserción en las jerarquías aristocráticas en Francia, Aragón y
Cas tilla.
Esta situación se
mantendría primero hasta la derrota del bando aragonesista en la guerra civil
en Cas tilla contra el bando de Álvaro de Luna, cuando el rey de Navarra, igual
que sus hermanos, se vio privado de su patrimonio y títulos castellanos,
incluido el señorío de Lara, y luego tras la restitución de esos bienes y
dignidades en 1439 hasta la derrota definitiva de los «infantes de Aragón» en
1445, cuando la incautación por la Corona de su señorío fue definitiva.
Cuando en 1454 se
concluyeron los acuerdos de paz entre Castilla, Aragón y Navarra, estos
incluían la renuncia irrevocable de Juan de Aragón a sus posibles derechos en
Cas tilla a cambio de un subsidio de tres millones y medio de maravedís anuales.
De este modo, el
señorío de Lara, desapareció definitivamente, no volviendo a restaurarse el
título ni a distinguirse ningún patrimonio ligado a él.
[1] Juana de Lara, señora de Lara y de Vizcaya. Asesinada por orden del rey Pedro I en 1359.
El 15 de octubre de 1353 Juana
contrajo matrimonio en Segovia con Tello de Castilla, señor de Aguilar de
Campoo y de Castañeda, hijo de Alfonso XI de Castilla y de su amante Leonor de
Guzmán.
Mientras que viviera Juana, Tello
sería señor consorte de Vizcaya y Lara.
[2] Isabel de Lara
(c. 1335-1361), señora de Lara y de Vizcaya, contrajo matrimonio en 1354 con el
infante Juan de Aragón, hijo de Alfonso IV de Aragón.
Su esposo fue asesinado por orden
de Pedro I de Castilla en 1358, y ella lo fue tres años después, en 1361.
[3] Juana Núñez de
Lara, la Palomilla (Palencia, 1285-ibídem, 12 de junio de 1351), fue una noble
castellana, miembro de la Casa de Lara por ser hija de Juan Núñez I de Lara,
señor de Lara, y de su esposa Teresa de Haro,1 además de ser bisnieta paterna
del rey Alfonso IX de León y de su amante Aldonza Martínez de Silva.
Miembro y señora de la poderosa
Casa de Lara en 1315 por la muerte sin descendencia de su hermano Juan, así
como señora de Herrera, fue hija de Juan Núñez I de Lara y de su segunda
esposa, Teresa Díaz de Haro, hija de Diego López III de Haro, señor de Vizcaya,
y Constanza de Bearne. Fue entregada por su padre a la reina María de Molina
para que la criase en su casa.
Juana Núñez de Lara casó por
segunda vez en 1308 con Fernando de la Cerda, nieto de Alfonso X de Castilla.
De esta unión nacieron,
Blanca
Núñez de Lara
(1311-1347), casada en 1328 con don Juan Manuel, nieto de Fernando III el
Santo;
Juan
Núñez III de Lara
(1313-1350), casado con María Díaz de Haro;
Margarita de Lara (c.
1312/17-1373), monja en el monasterio de Caleruega;
María de Lara
(1315/19-1379), casada en primeras nupcias en 1335 con Carlos de Evreux, conde
de Etampes y en segundas en 1336 con el conde Carlos II de Alençon, nieto de
Felipe III de Francia, hijo del conde Carlos de Valois y hermano menor de
Felipe VI de Francia.
En 1373, María de Lara, condesa viuda de Alençon y hermana de Juan Núñez III de Lara, había reclamado ante el soberano los señoríos de Lara y Vizcaya para sus hijos mayores.
[4] Constanza de
Castilla, duquesa de Lancaster (Castrogeriz, Burgos, julio de 1354-Castillo de
Leicester, 24 de marzo de 1394).
Infanta de Castilla y segunda
hija de Pedro I el Cruel, rey de Castilla, y de María de Padilla.
Fue pretendiente legítima al
trono de Castilla desde la muerte su padre hasta la firma del Tratado de Bayona
de 1388.
Se casó en la localidad de
Roquefort el 21 de septiembre de 1371, con Juan de Gante, duque de Lancaster y
tercer hijo del rey Eduardo III de Inglaterra.
De este matrimonio nacen dos
hijos:
Catalina (1373-1418), casada con su
medio primo segundo Enrique III de Castilla;
Juan (1374-1375).
[5] Fernando I de
Argón casa con su tía segunda paterna Leonor de Alburquerque. Leonor era prima
hermana de Juan I de Castilla, padre de Fernando I de Argón.
Padres de siete hijos, los llamados
Infantes de Aragón:
Alfonso el Magnánimo (Medina del
Campo, 1394-1458), rey de Aragón, con el nombre de Alfonso V, y de Nápoles y
Sicilia, con el nombre de Alfonso I.
María de Aragón (Medina del
Campo, 1396-1445), primera esposa de Juan II de Castilla.
Juan el Grande (Medina del Campo,
1398-1479), rey de Aragón y rey consorte de Navarra.
Enrique (1400-Calatayud, de
heridas de batalla, 1445), II duque de Villena, III conde de Alburquerque,
conde de Ampurias, Gran Maestre de la Orden de Santiago.
Leonor (1402-1445), que casó con
Eduardo I de Portugal. Una de sus hijas, Leonor, fue esposa del emperador
Federico III de Habsburgo.
Pedro (1406-1438, Italia, en
batalla), IV conde de Alburquerque, Duque de Noto.
Sancho
(c.1400-1416).
Leonor
de Alburquerque, llamada la Rica Hembra1 y Leonor Urraca de Castilla (Corona
de Castilla, 1374-Medina del Campo, 1435), fue reina consorte de la Corona de
Aragón, por su matrimonio con Fernando I de Aragón.
Hija
del infante Sancho de Castilla -hijo bastardo de
Alfonso XI de Castilla y de su amante Leonor de Guzmán. y de la infanta Beatriz
de Portugal, hija de Pedro I de Portugal e Inés de Castro.
Leonor de Alburquerque era heredera de ricas tierras y propiedades en León, Extremadura, Castilla y La Rioja.
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