La tradición cuenta que la primitiva Imagen de la Virgen de la Almudena la trajo el Apóstol Santiago cuando vino de Jerusalén a España a predicar el Evangelio.
Cuenta la tradición que en el año 38 vino a España el apóstol Santiago a predicar el cristianismo, y al pasar por Madrid -por aquel entonces una muy humilde aldea- dejó aquí a su discípulo San Calócero o Calógero, y con él una imagen de la Virgen que había sido tallada, en vida de Nuestra Señora, por San Nicodemus y pintada por el evangelista San Lucas. Esta imagen, traída de Jerusalén según la leyenda, es la que posteriormente se denominará Nuestra Señora de la Almudena, y, al decir los cronistas más aventurados, su culto se practicó ya desde el siglo I de la era cristiana.
Al conquistar los musulmanes Madrid, hacia el 714, la Imagen de Nuestra Señora fue escondida por los cristianos en un hueco practicado en las murallas de la Villa- ¿Tenía ya murallas la que sería la villa de Madrid?-, en evitación de profanaciones y cumpliendo así el decreto del Arzobispo de Toledo, Ralmundo Jimenez de Rada. En prueba de devoción, ocultaron, junto con la Virgen, dos velas encendidas, tapiando después el hueco con una gruesa pared de cal y canto.
Conquistado Magerit por Alfonso VI en 1083 conoce la existencia de una Imagen de la Santísima Virgen, escondida por los cristianos siglos atrás, el Monarca hizo voto de buscarla para restituirla al culto de los fieles. En su deseo de que la Virgen fuese venerada hasta tanto se lograse hallarla, mandó pintar una Imagen, inspirándose en los rasgos que la tradición atribuía a aquélla y, no se sabe si por el deseo del artista o por gusto del propio Rey casado en aquel momento con Doña Constanza, hija de Enrique I de Francia, pintaron en su mano una flor de lis. La Imagen fue pintada sobre los muros de la antigua mezquita musulmana.
Una vez conquistado Toledo, en mayo de 1085, Alfonso VI celebra rogativa para encontrar la Imagen. Al pasar la comitiva frente a la alhóndiga o Almudith, establecida por los moros; se desplomaron unas piedras, dejando al descubierto la Imagen llamada desde entonces de la Almudena- que, es tradición, conservaba encendidas dos candelas, con que fue escondida al ser ocultada 369 años antes. Era el día 9 de noviembre de 1085.
En la Carta del Otorgamiento del Fuero de Madrid hacia 1202, la colación de Santa María se menciona así, sin advocación específica alguna. Parece probable, pues, que durante los dos o tres primeros siglos posteriores a la conquista de Alfonso VI, la imagen carecía todavía de la denominación propia que luego la distinguiría de otras.
El primer documento que conocemos en el que ya se la nombra como Santa María de la Almudena es un testamento de 1377. En 1438, en el voto que la villa hace en honor de la Concepción y San Sebastián, se repite esa misma advocación de Santa María del Almudena.
Contemporánea a la Flor de Lis es la denominada arca de San Isidro. En ella están dibujadas las dos vírgenes madrileñas, de Atocha y de la Almudena.
Nace san isidro en 1082 y muere en 1172.
Según la tradición, el santo se apareció a Alfonso VIII en forma de pastor para guiar a las tropas del rey sin ser vistos por los almohades y poder atacarles por sorpresa. Era el 16 de julio de 1212. Los cristianos, después de vencer en la famosa batalla, buscaron al pastor para agradecerle su ayuda, pero no lo encontraron. Cuando Alfonso VIII pasó por Madrid y visitó la iglesia de San Andrés, al ver el cuerpo incorrupto del santo le reconoció y exclamó «Este es el pastor que nos enseñó el camino y nos llevó a la victoria». En agradecimiento regaló un arca de madera recubierta con pinturas alusivas a la vida de San Isidro destinada a albergar el cuerpo del santo. El arca se apoyaba sobre tres leones de piedra dorados. A pesar de ser admitido este milagro por la Iglesia, la leyenda carece de fundamento. Surgió en el siglo XV, más de doscientos años después del hecho. En la carta que Alfonso VIII mandó al Papa Inocencio III, relatando los pormenores de la batalla, no menciona al pastor que le ayudó.
El arca, considerada de gran valor artístico, era y es propiedad de la iglesia de San Andrés que lleva siglos reclamando su devolución. Fue trasladada al palacio arzobispal y, tras ser restaurada recientemente, se halla en la actualidad en la Catedral de la Almudena.
Aunque tradicionalmente se dice que el arca data de la época de Alfonso VIII, el estilo de su decoración se corresponde con el de al menos 60 o 70 años más tarde. Se calcula que fue realizada a finales del siglo XIII o principios del XIV.
En el arca de San Isidro aparecen pintadas las Vírgenes de Atocha y de la Almudena que se creen eran las primitivas y ambas figuran sentadas.
La efigie que conservamos, labrada seguramente a finales del siglo XV o principios del siglo XVI, de estilo renacentista, tiene una altura de 158 cm., y representa a la Virgen de pie, con el Niño desnudo entre sus brazos. Está realizada en madera de pino, y con el tiempo se ha oscurecido hasta tomar un color avellana oscuro.
En 1643 con motivo de elegir Patrona para la Villa y Corte, se apasionaron de tal modo los ánimos de los madrileños, que tuvo que acudirse a la fórmula de nombrar patrona de la Villa a Nª Sª de la Almudena, y de la Corte, a la de Atocha. Es este doble patronazgo el que tradicionalmente se ha venido admitiendo.
Aunque no se conoce documento alguno en el que se elija como patrona de Madrid a Nuestra Señora de la Almudena, la tradición insiste en que sí lo ha sido desde épocas antiguas. Uno de los primeros documentos en la que ya se recoge este patronazgo es una Bula de Urbano VIII de principios del siglo XVII, en la que se escribe "(...) la Iglesia de Santa María de la Almudena, Patrona de Madrid". El 8 de septiembre de 1646, los regidores acuerdan que "esta Villa vota la asistencia a la festividad de Nuestra Señora de la Almudena, día de Nuestra Señora de septiembre, como es dicho día, perpetuamente para siempre jamás", sin que esto tampoco constituya una declaración formal del patronazgo.
Nuestra Señora de la Antigua. Iglesia de Nuestra Señora de Atocha.
Jerónimo de Quintana menciona dos advocaciones marianas con este mismo nombre. Una la sitúa en la iglesia de San Nicolás y la que se veneraba en la iglesia de Atocha.
En 1523, cuando los religiosos de Santo Domingo se hicieron cargo del santuario, se decidió que la Virgen de Atocha presidiera en solitario el altar mayor, por lo que la imagen de Nuestra Señora de la Antigua se trasladó a la sacristía -"venerándola las mugieres desde la puerta por no poder entrar dentro"-; al cabo de unos años volvió a mudarse, esta vez "al dormitorio alto, (...) en donde la gente de la tierra, especialmente los de Vallecas, (...) todas las veces que passauan, yendo y viniendo por el camino la saludaban". Finalmente, fue colocada "en el oratorio de la casa de novicios", donde todavía se encontraba en los años centrales del siglo XVII.
La mención documental más antigua que conocemos data de 1466, con motivo de la renuncia que hizo Diego Martínez de Zamora, secretario de Enrique IV, de su renta de 4.000 maravedíes de la martiniega, destinándolos a la dotación de una capellanía perpetua en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua. En 1487, el patronazgo de esta capilla pasó a Francisco Ramírez de Madrid, esposo de Beatriz Galindo y secretario de los Reyes Católicos.
La mención documental más antigua que conocemos data de 1466, con motivo de la renuncia que hizo Diego Martínez de Zamora, secretario de Enrique IV, de su renta de 4.000 maravedíes de la martiniega, destinándolos a la dotación de una capellanía perpetua en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua. En 1487, el patronazgo de esta capilla pasó a Francisco Ramírez de Madrid, esposo de Beatriz Galindo y secretario de los Reyes Católicos.
Nuestra Señora de Atocha.
El origen de la imagen de Nuestra Señora de Atocha, según lo cuenta la tradición, es muy similar al de la Almudena. La trajeron, se dice, los discípulos del apóstol Pedro desde Antioquía. La tradición sigue contando que fue tallada como la Almudena por Nicodemus, todavía en vida de la Virgen, y pintada por san Lucas. Sea como fuere, todos los cronistas se muestran conformes en aceptar para su devoción un origen antiquísimo, y remontan sus primeros momentos de culto "a la oscuridad de los primeros siglos del Cristianismo".
Cuenta la tradición que allá por el siglo VIII fue alcaide de Madrid el noble caballero Gracián Ramírez, el cual, con su mujer y dos hijas, se retiró a Rivas de Jarama ante la invasión musulmana. Por aquellos tiempos existía una muy antigua ermita en los arrabales de la villa -quizá en la vega madrileña, cerca del río Manzanares, en el lugar denominado Santiago el Verde-, en la que se veneraba una imagen de Nuestra Señora de la que era muy devoto el alcaide madrileño; razón por la cual, aun estando la villa dominada por los musulmanes, hacía Gracián furtivas visitas a la ermita. En una de éstas vio que había desaparecido la imagen y se aprestó a buscarla, ofreciendo levantar una nueva en el mismo lugar en que la encontrara. Al poco tiempo la descubrió en unos atochares, lugares de matrorrales y plantas de esparto, cercanos -donde actualmente está la basílica-, y, reuniendo a sus gentes, se dispuso a cumplir su ofrecimiento. Los moros, sin embargo, advertidos de la obra que se llevaba a cabo, pensaron que los cristianos se estaban fortificando, y cercaron la ermita en construcción.
Gracián Ramírez, consciente de la aplastante superioridad de los sitiadores, y temeroso por el destino que, sin duda, correrían su mujer e hijas, decidió quitarles la vida él mismo, y con su propia espada segó sus cabezas, dejando degolladas a las tres mujeres al pie mismo del altar.
En aquel momento, grandes resplandores y rayos cegaron a los musulmanes, que, sorprendidos por la inesperada y misteriosa ayuda recibida por los cristianos, se retiraron en tropel atropellándose unos a otros. La victoria cristiana fue completa, y todos se aprestaron a dar gracias a Nuestra Señora. Al llegar a la ermita, Gracián vio con asombro a su mujer e hijas arrodilladas frente al altar, sanas y salvas, con unos hilos encarnados en el cuello, en el mismo lugar donde él les había propinado el mortal golpe de espada. Estos hechos, finaliza la leyenda, ocurrieron en el año 720, siendo Papa Gregorio II.
Según Quintana, ya en el año 665 ó 666 se documenta la advocación Atocha, en una carta de San Ildefonso. Según el mismo historiador, en 1085 el arcipreste Juliano la nombra como Virgen de Antioquia, idéntica denominación que la recibida en 1148 en una carta del Papa Eugenio III. En el Fuero de Madrid, en 1202, se cita el arroyo y prado de Toia o Tocha, los cuales, aunque topónimos, es de suponer que se aplicasen también a la ermita y Virgen que en ese lugar se asentaban.
La imagen que todavía se conserva es la primitiva. Se trata de una talla de madera "muy dura e incorruptible", con una altura aproximada de 60 cm., que representa a la Virgen sentada sobre un pequeño asiento sin respaldo, con el torso erguido, las rodillas ligeramente separadas y la mirada dirigida hacia delante. El rostro se muestra hierático, los ojos son almendrados y los rasgos angulosos, con un evidente aspecto oriental. El niño se sienta sobre su pierna izquierda y dirige su mirada también al frente. Los vestidos están tallados en el mismo bloque de madera. Ambas figuras van tocadas con una tosca corona, casi un turbante; ella sostiene una manzana en su mano derecha, y él un libro cerrado en la izquierda.
La talla coincide en todas sus características con la tipología genérica de virgen negra que los monjes benedictinos y cistercienses introdujeron con profusión en Europa durante los siglos XI y XII.
Desde muy antiguo fue notoria la devoción que los monarcas castellanos tuvieron a Nuestra Señora de Atocha. Se dice que Alfonso VI, tras conquistar la villa, ordenó colgar en su ermita el pendón real y el de los musulmanes, y que ambos todavía continuaban allí en el siglo XVII.
El emperador Carlos V, en 1525, oyó misa ante la Virgen, acompañado por toda la Corte, para dar gracias por la victoria de Pavía, y repitió idéntica ceremonia tras la victoria de Túnez y Argel.
Felipe II fue también un gran devoto de la Virgen de Atocha y se declaró decidido protector del santuario; se cuenta que decía de ella, cuando algún cortesano la llamaba Patrona de Madrid: "No es Patrona de Madrid, sino de todos mis Reinos".
Tras la batalla de Lepanto, vino a la villa y aquí se cantó un solemne Te Deum en acción de gracias; ante el altar de la Virgen se colocaron las banderas cogidas a los turcos y el estoque que llevó en la batalla don Juan de Austria.
El hijo y sucesor del monarca, Felipe III, aceptó formalmente el Patronato de Atocha por parte de la Casa Real, estipulando las condiciones del mismo y ordenando labrar y colocar en la capilla de la Virgen las armas reales. La devoción se mantuvo en todos sus sucesores, y se dice que Felipe IV llegó a visitar la imagen 3.400 veces.
Una y otra vez el santuario ha sido el lugar en el que los monarcas ofrendaban los trofeos de su victorias militares y solicitaban mediación divina para sus empresas.
Tradicionalmente se ha considerado a Nuestra Señora de la Almudena como patrona de la Villa, mientras que la de Atocha lo era de la Corte. No ha quedado constancia de ningún documento en que se formalice tal decisión, pero la tradición insiste en ello. Así, Mesonero Romanos escribe que "sobre este título de patrona de Madrid, con que es apellidada alternativamente esta imagen (Atocha) y la de Nuestra Señora de la Almudena, también han entablado grandes controversias los escritores; pero de ellas puede deducirse que en los pasados tiempos y hasta la venida de la corte, la de la Almudena, era la designada generalmente por patrona de la Villa, y por lo tanto la de Atocha se sobreentiende serlo de la Corte".
La festividad de Nuestra Señora de Atocha se celebra el primer domingo de octubre.
NUESTRA SEÑORA DE LA ESTRELLA. Iglesia de San Miguel de los Octoes.
Era una imagen "de bara y media de alto, muy antigua, a quien llaman la madre de Dios de la Estrella", que se veneraba en la capilla que Ruy Sánchez Zapata -copero del rey Juan II- y Constanza de Aponte, su esposa, tenían en la iglesia de San Miguel de los Octoes.
La festividad de Nuestra Señora de Atocha se celebra el primer domingo de octubre.
NUESTRA SEÑORA DE LA ESTRELLA. Iglesia de San Miguel de los Octoes.
Era una imagen "de bara y media de alto, muy antigua, a quien llaman la madre de Dios de la Estrella", que se veneraba en la capilla que Ruy Sánchez Zapata -copero del rey Juan II- y Constanza de Aponte, su esposa, tenían en la iglesia de San Miguel de los Octoes.
Dice la tradición que obraba grandes prodigios en las batallas.
NUESTRA SEÑORA DE LA FLOR DE LIS. Cripta de la catedral de Nuestra señora de la Almudena.
En 1623, en la antigua iglesia de Santa María la Mayor, se decidió trasladar la imagen de Nuestra Señora de la Almudena desde la pequeña capilla en la que se encontraba hasta el altar mayor. Con este motivo, y para acomodarla mejor, fue necesario quitar unos tableros del retablo, y al hacerlo apareció detrás de ellos, pintada al fresco en el muro, una imagen de Nuestra Señora. Tras colocar la imagen de la Almudena, la pintura volvió a quedar oculta detrás del retablo. Unos años después, en 1638, los arquitectos de Felipe IV trasladaron este trozo de muro a los pies de la iglesia, sobre la escalerilla de la puerta, donde comenzó a recibir culto. El primer domingo de agosto de aquel año se le puso el nombre de la Flor de Lis. En 1834 fue trasladada a una de las capillas del templo. Tras la demolición de éste en 1868, se mudó a la contigua iglesia del Sacramento, donde permaneció hasta 1911, fecha en la que fue colocada en la cripta de Nuestra Señora de la Almudena, en el mismo altar que actualmente ocupa.
En la pintura, que ha sufrido muchas restauraciones, la Virgen aparece sentada, sosteniendo al niño en su rodilla izquierda, y con una flor de lis en la mano derecha, detalle que fue el origen de su nombre. Tiene el rostro ovalado, la nariz aguileña y los ojos almendrados, mirando al frente; el vestido es verde, y el manto, blanco con forro encarnado. Está enmarcada bajo un arco ojival angrelado, y a sus pies aparece pintada una cruz de Calatrava rodeada por un círculo dorado, distintiva de esta orden militar fundada en 1164. El Niño sostiene una gran esfera con la mano derecha, y adelanta la izquierda en actitud de bendecir.
En la pintura, que ha sufrido muchas restauraciones, la Virgen aparece sentada, sosteniendo al niño en su rodilla izquierda, y con una flor de lis en la mano derecha, detalle que fue el origen de su nombre. Tiene el rostro ovalado, la nariz aguileña y los ojos almendrados, mirando al frente; el vestido es verde, y el manto, blanco con forro encarnado. Está enmarcada bajo un arco ojival angrelado, y a sus pies aparece pintada una cruz de Calatrava rodeada por un círculo dorado, distintiva de esta orden militar fundada en 1164. El Niño sostiene una gran esfera con la mano derecha, y adelanta la izquierda en actitud de bendecir.
La imagen, por las características que se han descrito, parece datar del siglo XIII, lo cual la convierte, después de la de nuestra Señora de Atocha, en la imagen religiosa más antigua que se conserva en Madrid.
A estas imágenes sumar la llamada la que se encontraba en el derruido monasterio de Santo Domingo el Real.
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