Tras el parque burgales de La Quinta se
encuentra la Cartuja de Miraflores, construida en el año 1401 como palacio de caza y entregado
por Juan II de Castilla a la orden de los cartujos para convertirlo en panteón real. Destruida por un
incendio y reconstruida en el siglo XV, se trata una gran nave con pináculos esbeltos sobre
los contrafuertes y altas ventanas ojivales.
En su interior aguarda una alta muestra de Gil de
Siloé, autor del formidable retablo y de los enterramientos de Juan II e Isabel de Portugal y
del principe Alonso. Admirables resultan también la puerta del claustro, el coro renacentista de
Simón de Bueras,
un tríptico flamenco del Calvario del siglo XVI obra de Juan de Flandes, una Anunciación
de Pedro de Berruguete y la talla policromada de San
Bruno debida a Manuel Pereira del siglo XVII.
La oposición de los burgaleses, que las consideran propias, generará problemas durante un largo período de tiempo.
El rey ordena levantar en ellas una residencia palacial de la que apenas debe de conservarse algún fundamento.
Su hijo, Juan II, hereda palacio y tierras y es el primero en considerar la posibilidad de convertir el palacio en un convento y donarlo, junto con las tierras, a alguna orden religiosa.
La decidida devoción de Enrique por la orden franciscana lleva a su hijo a poner el futuro convento bajo la advocación de san Francisco pese a que, después de tratos con franciscanos y dominicos, las dos principales órdenes mendicantes, los que acepten el ofrecimiento serán los cartujos.
El Rey escogió a Hans o Juan de Colonia, el arquitecto
contratado por el obispo Alonso de Cartagena, para que se pusiera al frente de
las obras, y a él se deben probablemente los planos de la fundación.
Mientras el monarca vivió no faltaron los recursos económicos y las obras avanzaron.
Pero la situación se altera a partir de su muerte el 1 de julio de 1454. De momento
se cumple su voluntad de depositar su cuerpo en Miraflores, después de que
éste descansara brevemente en San Pablo de Valladolid, convento de dominicos.
De aquí parte la comitiva fúnebre con sus restos hacia Las Huelgas y pasa luego a
San Pablo de Burgos, desde donde se cubre la última etapa hasta la Cartuja4. Es a
partir de entonces cuando las obras se ralentizan, situación que no cambia a lo
largo de los años de gobierno de Enrique IV, hijo del primer matrimonio de Juan II
y hermanastro de la que será Isabel la Católica, fruto del segundo matrimonio de
Juan II con Isabel de Portugal.
La guerra civil primero, que estalla tras la muerte del controvertido Enrique
IV, y asuntos de urgencia que hay que atender poco después siguen paralizando
las actividades constructivas. Pero a partir de 1483, cuando la ya reina Isabel
reside una larga temporada en Burgos y visita Miraflores, el estado de cosas
cambia y se pone de manifiesto que su interés por el proyecto es grande y va
más allá del deseo de cumplir con la piedad filial, siendo su intención la de dotar
a su padre del conjunto funerario que le corresponde.
Pero antes hubo que terminar la parte arquitectónica, encargada sobre todo a Simón
de Colonia —hijo de Juan de Colonia ya fallecido por entonces— que se convertirá
en el arquitecto más capaz de la ciudad hasta pasados los primeros años del 1500.
En 1486 se debió de producir el encuentro entre Isabel y el por entonces considerado
como escultor más importante de todos los reinos peninsulares y residente
en Burgos, Gil de Siloe, o Siloe maestro Gil, como suele aparecer en la documentación.Siloe presentó el dibujo del sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, sino asimismo el de su hijo, y hermano de Isabel, el infante Alfonso.
La cartuja de Miraflores la habitan una
veintena de monjes pertenecientes a la orden religiosa de la Cartuja.
El fundador fue san Bruno, nacido en Colonia (Alemania) hacia el 1030.
Fue muchos años canónigo y maestro de estudios en la escuela catedralicia de Reims (Francia).
Buscando una vida totalmente dedicada a Dios se retiró,
junto con seis compañeros, a las solitarias montañas alpinas de Chartreuse,
donde fundó un eremitorio el año 1084.
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