domingo, 22 de marzo de 2009

HUETE. Convento de Santo Domingo. Cuenca.




Aquí cumplió condena de destierro en 1621, 1622, y parte de 1623 fray Luis de Aliaga, confesor de Felipe III e Inquisidor General, caído en desgracia cuando la de los duques de Lerma y de Uceda, y de Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, encausados por Felipe IV. Desde aquí, bajo seudónimo Juan Alonso Laureles, dirigió a Francisco de Quevedo en diciembre de 1626, otros dicen que desde Zaragoza, donde se encontraba entonces, un papel titulado Venganza de la lengua española, contradiciendo su Cuento de cuentos. Donde se leen juntas las vulgaridades rústicas que aun duran en nuestra habla, barridas de la conversación. Algunos le tienen por autor del llamado Quijote de Avellaneda

Obra del arquitecto Alberto de la Madre de Dios, que servía a la reina María de Austria en el siglo XVI. Realizado hacía 1620. Activo entre 1606 y 1633 estuvo dedicado especialmente a llevar a cabo obras de su orden -la carmelita- , colaborando a partir de 1609 con Francisco de Mora en la villa de Lerma, encargándose de la dirección de los trabajos tras el fallecimiento de éste. Allí concluyó el palacio ducal y construyó los conventos de Santo Domingo y San Blas, lo que le proporcionó fama y prestigio. Probablemente por esta circunstancia y porque su estilo poseía una clara relación con el de Mora, fue elegido para realizar las fundaciones de patronazgo real que éste proyectaba cuando murió. Así debió de suceder con la iglesia de agustinas de Santa Isabel de Madrid, comenzada en 1611 aunque después reconstruida por Gómez de Mora, y con el convento de la Encarnación. Nace en Santander en 1575 y muere en Pastrana; Guadalajara, en 1635. Hasta hace pocos años considerado como un simple aparejador, en la actualidad, gracias a los constantes descubrimientos documentales, está reconocido como uno de los arquitectos españoles más importantes del siglo XVII y el introductor de las primeras formas barrocas en Castilla. En la ciudad de Cuenca se le debe el desparecido onvento del Santo Ángel, el monasterio de Carmelitas Descalzas y la capilla del Sagrario en la Catedral. Como arquitecto de la orden Carmelita repite en la fachada del convento de Santo Domingo la factura de las fachadas de las iglesias de la Orden.

El convento fue fundado a finales del siglo XIV con monjas procedentes del cercano paraje de Amasatrigo gracias a las donaciones de Catalina de Lancaster, reina de Castilla y Señora de Huete. El continuo crecimiento de su patrimonio propició que el monasterio llegase a ser uno de los más importantes que la Orden tenía en Castilla. La iglesia actual fue diseñada en 1620 por el carmelita fray Alberto de la Madre de Dios, arquitecto de los reyes Felipe III y Margarita de Austria y del duque de Lerma. Las obras se iniciaron en 1621 bajo la dirección de Antonio de Mazas y posteriormente fueron continuadas por Pedro del Valle, finalizando hacia 1642. Fray Alberto diseñó un templo de carácter austero, orden toscano, y proporciones áureas, con planta de cruz latina, cúpula sobre el crucero y cinco capillas laterales a cada lado. Del exterior destaca su elegante fachada, en la que, a pesar de su extremada severidad, el carmelita consigue una obra realmente bella y equilibrada, con un cuerpo central de orden gigante, rematado con amplio frontispicio, y dos laterales, coronados por bellas espadañas. Dentro de la preocupación urbanística del barroco, el arquitecto retranqueó la fachada, formando una anteplaza que facilita su contemplación desde diferentes puntos de vista, con ánimo de conmover al espectador. Las obras fueron financiadas, en su mayor parte, por la familia Salcedo y Veancos, patronos de la capilla mayor. Uno de sus miembros más destacados fue don Diego de Veancos y Salcedo, obispo de Astorga, enterrado en una de las capillas laterales que estaba adornada con sus armas obispales. El convento fue desamortizado en 1835, siendo vendido junto con sus bienes perdiéndose al poco tiempo su claustro, construido en el primer tercio del siglo XVI y elogiado por Antonio Ponz en su Viaje por España. Por último, a modo de curiosidad, en las celdas del monasterio estuvo recluido el inquisidor general fray Luis de Aliaga, cuando fue acusado de conspiración al morir Felipe III.Escudo del obispo Salcedo y Veancos.
Fundado en 1393 en la entonces muy pujante ciudad de Huete, este Convento de dominicos hoy totalmente arruinado fue uno de los principales de la orden en Castilla, y contó con un bellísimo claustro del siglo XVI, del que hoy sólo podemos hacernos idea gracias a los elogios de Ponz y Madoz y la descripción del alcalde de Huete que en 1870 lo describía así “Era notable en Santo Domingo la hermosa columnata de su patio, sosteniendo arcos de medio punto del orden dórico todo, y superpuesta en el piso alto otras columnas jónicas y estriadas con arcos rebajados y sus correspondientes cornasimentos, siendo las columnas todas de una sola pieza y bien labradas y resultando de un efecto admirable”. Sabemos también que el convento tenía adosada a él una iglesia en estilo gótico isabelino que se aruinó irremediablemente en 1620, y que en su lugar y aprovechando algunos elementos válidos se construyó la actual iglesia de Santo Domingo que hoy día constituye uno de los edificios más destacables de la muy monumental ciudad de Huete. Para el diseño de este edificio se hizo llamar al carmelita descalzo Fray Alberto de la Madre de Dios, uno de los arquitectos más importantes de nuestro siglo XVII, y cuya obra más destacable fue la fachada del convento de la Encarnación en Madrid. En 1620 Fray Alberto viajó a Huete y proyectó una gran nave rectangular con fachada principal de 20 metros y 38 metros de fondo, en la que se inscribe el templo en cruz latina bajo una gran cúpula sobre pechinas en el crucero. La cúpula consta de ocho elementos separados por postillones resaltados que se unen en el vértice de la clave. La nave se cubre con una bóveda de medio cañón con lunetos, sujeta por arcos fajones peraltados de medio punto, realizados en piedra de sillería que se dejó vista. Los arcos descansan sobre pilastras de orden toscazo que enmarcan los arcos triunfales de acceso a las capillas laterales. Sobre el acceso se sitúa el coro en los dos primeros tramos de la nave principal, soportado por arcos carpaneles y bóvedas rebajadas de medio cañón. El exterior de la iglesia es de gran sencillez y, con la excepción de la portada principal, muestra una gran austeridad clásica. La fachada principal, realizada en piedra de sillería, muestra la clara influencia de la arquitectura herreriana. La nave principal se refleja en la fachada en su paño central enmarcado por dos grandes pilastras que soportan el gran frontón que la remata, y con los tres águlos puntuados por la cruz central que culmina toda la obra, y las dos bolas a cada lado. En los cuerpos laterales, las puertas que dan acceso a las capillas laterales enmarcadas con molduración clásica, los ojos de buey y las ventanas del coro completan una composición de clasicismo pleno. Una vez realizados los planos, Fray Alberto hizo entrega de ellos al prior, quien encargó las obras primero a Antonio Mazas, y luego a Pedro del Valle, quienes aportaron algunas modificaciones, algunas no exentas de interés. Al primero de debe la portada de entrada, de orden toscano, con arco triunfal sobre columnas exentas sobre plintos, y el cuerpo superior con la hornacina central enmarcada por la decoración de pirámides y bolas más emparentada con el lenguaje barroco. A Pedro del Valle se deben las dos espadañas laterales, en este caso de un clasicismo muy escurialense. El templo debió contar con numerosos retablos y obras de arte de importancia, en parte trasladado desde otros lugares, otras provenientes de la iglesia original, y algunas realizadas especialmente para la nueva. El Monasterio, del que ya en el siglo XVIII hay noticias y advertencias de ruina, sufrió graves daños con la invasión de las tropas francesas que instalaron allí su cuartel y caballerizas, dispersaron a los monjes, y encarcelaron por predicar en su contra al único fraile que quedó. Con la expulsión de las tropas francesas el convento fue restituido, pero no por mucho tiempo ya que en 1821 fue suprimido durante el Trienio Liberal y sus rentas incorporadas a la Hacienda Nacional, para ser devuelto en 1823 con la vuelta de Fernando VII, hasta 1835 cuando se suprime de forma definitiva con la venta de todos sus bienes. Del convento sólo quedan algunos arcos y ventanas, así como algunos restos de antiguos artesonados.

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