El castillo de Javier, cuna de San Francisco Javier, patrón de Navarra, de las misiones y del turismo en España.
Armas de los Sada, condes de Javier.
Felipe IV de Castilla elevó el señorío de Javier al
rango de Condado de Javier.
El último Javier varón -Miguel de Xavier- había legado
el señorío a su hija Ana que, al casar con Jerónimo de Garro, vizconde de
Zolina, había vinculado el lugar a este linaje. Un nieto de ambos, Juan de
Garro -hijo de León de Garro y Xavier-, fue el primer conde de este nombre. En
1622 había sido canonizado San Francisco Javier.
El linaje de Javier continuó luego acumulando títulos
nobiliarios: el marquesado de Cortes, el ducado de Granada de Ega, el de Luna,
el de Villahermosa, etc.
La vinculación del lugar al linaje se mantuvo -en el
orden administrativo- hasta la revolución liberal de la primera mitad del siglo
XIX, en que los señoríos desaparecieron y los títulos perdieron sus capacidades
jurisdiccionales.
La propiedad duró mucho más; hasta 1889, en que la
duquesa de Villahermosa, Carmen Azlor de Aragón, legó el castillo y todas sus
tierras a la Compañía de Jesús e inició los trabajos de restauración Mariano
Larumbe.
El origen del Castillo está entre los siglos X y XI,
en cuya época era una torre aislada, concebida como atalaya de vigilancia, más
que como construcción propiamente defensiva.
En 1223 el rey Sancho el Fuerte recibió en prenda la
fortaleza, de manos del infante de Aragón, por un préstamo que le hizo de 9.000
sueldos. Aquella cantidad no sería restituida y el castillo quedó para Navarra.
Teobaldo I lo encomendó al caballero Adán de Sada el año 1236, y
posteriormente, en 1252, a don Martín Aznárez de Sada. En 1474 recayó en don
Martín de Azpilcueta, por su matrimonio con doña Juana Aznárez de Sada; su hija
doña María de Azpilcueta casó con el doctor Juan de Jaso, del Real Consejo, y
fueron padres de Francisco de Jaso y Azpilcueta, San Francisco Javier, Patrón
de Navarra, que nació entre estos muros el año 1506.
Alrededor de la torre primitiva, llamada luego de San
Miguel, fueron edificándose en los siglos XIII y XIV distintos recintos y
elementos defensivos que poco a poco conformaron la estructura actual del
castillo.
El llamado polígono delantero alojaba las estancias
señoriales, quedando el zaguero o trasero, al otro lado del patio de armas,
para bodegas y graneros. En el siglo XV se añadió la torre poligonal llamada de
Undués, con matacanes y saeteras. En el flanco opuesto, contigua a la basílica,
se alza la torre del Cristo que alberga la antigua capilla del castillo.
Tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico,
en 1516, por orden del Cardenal Cisneros, fueron arrasados los muros del recinto
exterior que rodeaba el núcleo principal. Las torres fueron rebajadas, cegados
los fosos con la piedra de las almenas y adarves, e inutilizados los matacanes
y saeteras.
Se hizo del castillo lo que entonces llamaban
"casa llana", convirtiéndolo en un palacio o casona señorial,
desprovisto de elementos de fortificación, perteneciente a los vizcondes de
Zolina.
Don Juan de Garro y Javier, poseedor de dicho título,
fue promovido a conde de Javier por Felipe IV el año 1625.
Más tarde, el
título de Javier quedaría vinculado a la casa ducal de Villahermosa.
En 1892, el castillo sufrió una desacertada
restauración, que vino a borrar lo que quedaba de auténtico en su maltratada
fábrica. Dos años después se edificó, inadecuadamente adosada a los muros del
castillo, una costosa capilla de estilo neogótico, con su cripta para el
enterramiento de los duques patrocinadores de las obras.
Modernamente, a partir de 1952, se llevaron a cabo
importantes obras de restauración, encaminadas a devolver en lo posible al castillo
su antigua fisonomía guerrera. Al propio tiempo, una cuidadosa labor de
excavación dio como resultado la recuperación de los fosos y murallas del
recinto exterior. En este sentido, hay que resaltar los trabajos del jesuita,
J.M. Recondo.
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