Callejeando por Miranda de Ebro
Desde sus orígenes, la historia mirandesa aparece determinada por su excepcional posición geográfica. A caballo entre La Rioja, el País Vasco y Castilla, ha sido, a través de los siglos, una pieza estratégica y comercial de primer orden.
La fértil vega mirandesa estuvo ocupada por comunidades de berones y autrigones. De la dominación romana, aparecen en la comarca numerosos vestigios.
En el bajo medievo, Miranda de Ebro adquiere -gracias a su Carta Fuera de Repoblación, concedida por Alfonso VI en el año 1099- un notable peso económico, ya que por su puente debían pasar y tributar obligatoriamente todas las mercadurías que se dirigían a las Vascongadas, Burgos y La Rioja. Complementariamente, en 1254, el rey Alfonso X el Sabio otorgaba el privilegio de celebrar la denominada “Feria de Mayo”. En 1332, era Alfonso XI quien concedía a nuestra localidad el privilegio de celebrar una segunda Feria anual, hoy denominada “del Angel” y “de Marzo”.
En el último tercio del siglo XIV, la villa amurallada ve potenciado su aparato defensivo con la construcción de un castillo en el Cerro de la Picota, ordenada por el Conde Don Tello. Convivieron secularmente en la urbe cristianos y judíos; tras la expulsión de éstos, su sinagoga fue durante algún tiempo sede del Ayuntamiento en virtud de una merced de los Reyes Católicos.
El siglo XVI es el de mayor esplendor artístico de la villa, floreciendo en Miranda un importante foco de escultura romanista, cuyo máximo exponente sería Pedro López de Gámiz. La imaginería local y el buen hacer en la talla de madera dan fama a la villa, y durante siglos se mantienen activos talleres de cierto renombre.
A mediados del siglo XVIII, la villa había iniciado su progreso con la instalación de algunos talleres artesanos, fábricas de cuero y molinos comunales. A finales de esta centuria, y dentro del reformismo borbónico, se produjo un gran afán urbanístico sujeto a una tendencia artística, el neoclasicismo, que en nuestra ciudad tuvo además carácter de necesidad ya que a raíz de la riada de 1775 desaparecieron numerosos edificios de la villa, entre ellos el Ayuntamiento y el mismo puente.
El gran despegue mirandés se produce en 1864, con la creación de las líneas ferroviarias Madrid-Irún y Tudela-Bilbao, traducida en un pujante crecimiento poblacional, en la diversificación funcional de núcleo con la aparición de las primeras industrias de cierta dimensión, y en la multiplicación de su sector comercial. Iniciada la primera de las líneas por la “Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España” en 1856 y la segunda en 1857, en el año 1864 estaban en activo ambas líneas en nuestra ciudad. Entre 1848 y 1860, la población crecía un 66 %, ascendiendo a 2.896 habitantes, como consecuencia de las obras de construcción y puesta en explotación de las vías férreas. Los veinte establecimientos comerciales de 1854 pasan a ser ochenta y uno en 1890, y se crean pequeñas fábricas de transformación de productos agrícolas, tejería, loza, papel, curtidos y jabón.
El 7 de julio de 1907, el rey Alfonso XIII concedía el título de Ciudad a Miranda, como muestra de su “aprecio a la Villa”.
Plaza de España
Miranda de Ebro desde el Castillo.
Iglesia de los Sagrados Corazones.
Del siglo XVI. Está ubicada en el antiguo Convento de San Francisco.
Es un templo edificado con estilo renacentista y barroco, donde estaca la espadaña en la portada de la iglesia.
Desde el siglo XII están establecidas en Miranda de Ebro algunas de las órdenes religiosas más importantes de la época: Santa María de Bujedo (premostratenses), Santa María de Herrera (cistercienses), etc. Será en el siglo XIII cuando lleguen a Miranda los franciscanos que más tarde, el el siglo XVI, levantarían el Convento de San Francisco (actualmente Convento de los Sagrados Corazones).
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