lunes, 7 de abril de 2008

El Honrado Concejo de la Mesta.

Evolución histórica de la asociación de ganaderos del reino de Castilla.

En el siglo XIII los propietarios ganaderos de animales trashumantes se asociarán bajo la protección de la Corona y así en el año 1273 se registra el acto jurídico de la fundación del Honrado Concejo de la Mesta a cargo del monarca castellano leonés Alfonso X el Sabio. La Carta Real de organización y funcionamiento de la Mesta data del año 1284. Cualquier propietario dueño de 10 ovejas podía pertenecer a la Mesta, aunque en la práctica sus miembros pertenecieron a la minoría terrateniente. La Corona recibía una parte considerable de sus ingresos por los impuestos sobre la exportación de la lana merina, por lo que la mesta estuvo rodeada de privilegios y se le permitia tener sus propios magistrados.

Los ganaderos y sus ganados se organizaron en cuatro partidos correspondientes a las zonas de León, Soria, Segovia y Cuenca. Los ganados de estas zonas se dirigían durante el verano a los pastos de La Mancha, Murcia y Extremadura teniendo como frontera natural al río Guadalquivir. El valle de Alcudia en tierras de Albacete y el Campo de Calatrava en Ciudad Real eran pastos de las merinas de Cuenca durante los inviernos donde compartían hierbas con ovejas de propietarios sorianos. Los rebaños trashumantes estaban formados por ovejas, carneros y corderos de raza merina y podían incluir, en algunas ocasiones, partidas de ganado vacuno, caprino y de cerda. Los ganados trashumantes constituían una parte reducida del conjunto de la cabaña lanar. Los ganados del reino de Castilla pertenecían a la llamada Cabaña Real bajo la protección de la Corona, aunque los propietarios de ganado churro y por lo general estante no estaban agremiados a la Mesta.

A comienzos del siglo XVI los ganados mesteños eran 3 millones de cabezas, que descendieron a menos de 2 millones a principios del siglo XVII para llegar en 1750 a unos 3,5 millones de cabezas. A mediados del siglo XVIII la cabaña de cabezas lanares era de 18,6 millones y las trashumantes entre 3,3 y 3,5 millones, solamente el 17,7% del total de las cabezas del ganado lanar. Entre el año 1477 y el 1519 se produce un gran aumento de los ganados mesteños, entre 1520 y 1633 hay un descenso de estos ganados que se recuperan entre los años 1708 y 1780. La ganadería trashumante y el número de ganados mesteños cae definitivamente entre los años 1812 y 1832. Además de los ganados trashumantes y estantes podemos hablar de ganados travesíos que circulaban por las tierras situadas entre dos puertos o aduanas interiores por lo que no cruzaban estos pasos ni circulaba por las cañadas sino por las traviesas, podemos definirlo como un ganado trashumante sobre cortas distancias

Un tema objeto de continuo estudio es la relación entre la Mesta y las circunstancias económicas del reino de Castilla. Una de las corrientes de opinión negativa en algunos aspectos a la organización mesteña afirma que los ganados causaron daños irreparables en los bosques de Castilla y León, contribuyendo a la deforestación de este territorio. Los frecuentes enfrentamientos entre cultivadores y propietarios de rebaños fueron continua causa de pleitos entre ellos poniendo en algunos casos en peligro la paz social en el mundo rural. En contrapartida, la exportación de la lana merina fue una fuente de importantes ingresos para la Hacienda Regía, aunque no para considerarlos como el soporte fiscal de la Corona. Los últimos estudios sobre el Honrado Concejo de la Mesta están intentando encontrar el rigor adecuado para valorar la importancia de esta asociación e intentan acabar con algunas ideas contrarias a la asociación pero que se han mantenido a lo largo de los siglos como ha sido la de pensar que la Mesta destruyó la agricultura. En este sentido se puede afirmar que siempre hubo tierras suficientes tanto para la expansión de la ganadería trashumante como para realizar nuevas roturaciones y que existió un equilibrio entre campos de cultivo y pastos, entre agricultura y ganadería. El crecimiento de la población en momentos puntuales, como fue el siglo XVI y el XVIII, impulsó la extensión de los cultivos a costa de los pastizales y la subida del precio de las hierbas.
Durante los siglos XVII y XVIII y a pesar de la crisis del siglo XVII los beneficios obtenidos por la explotación de los ganados merinos eran superiores a la tercera parte de los gastos que suponía su manutención y los gastos de trashumancia. Los beneficios obtenidos experimentaron una caída al incrementarse con mayor rapidez los costes por arrendamiento de pastos que los ingresos por venta de la lana. Los pagos por las hierbas suponían alrededor del 50% de los desembolsos realizados cada año por los propietarios de ganados. En el año 1702 cada cabeza trashumante debía pagar seis reales por pastar en las dehesas de Extremadura y cinco reales por hacerlo en las dehesas de Andalucía y La Mancha. La mayoría de los propietarios mesteños en el siglo XVIII eran pequeños y medianos propietarios a los que esta circunstancia empobrecía más cada año. Recordemos que en sus inicios la Mesta era una asociación donde predominaban los grandes terratenientes ganaderos lo que demuestra la decadencia de esta organización y la reducción del ganado merino.

Para realizar los desplazamientos desde los agostaderos de las tierras altas donde se pasaba el verano hasta las tierras de la meseta donde se aprovechaban los pastos de invierno los ganados necesitan vías de desplazamiento. Estas vías son las cañadas, los cordeles y las veredas. Entre los pastos de invierno y los de verano podían mediar entre 100 y 160 leguas, entre 550 y 900 kilómetros, que se recorrían, aproximadamente en un mes. Estos caminos ganaderos se abrían paso entre las tierras de labranza que tenían servidumbres de paso y que se basaban en el compromiso pastoril de respetar “las cinco cosas vedadas: panes, dehesas, viñas, huertas y prados de guadaña”. La amplitud de las rutas ganaderas quedó fijada por una Carta Real del año 1284 en 90 varas castellanas, unos 75 metros, para las cañadas, en 45 varas, unos 37 metros, para los cordeles y en 25 varas, equivalentes a unos 20 metros para las veredas. Las cañadas no tenían medida cuando pasaban por baldíos o montes comunales. Además de estos tres tipos de vías principales de trashumancia existían sendas secundarias que podían recibir distintos nombres según las costumbres locales, por lo que podemos hablar de ramales, galianas, atajos, cordones, cuerdas, coladas, cabañiles, etc... que también variaban sus medidas según costumbres locales. El termino cañada designaba en principio aquellos tramos de caminos que limitaban con los campos cultivados, aunque con el tiempo terminó por llamarse cañada a cualquier ruta utilizada por las ovejas merinas en sus desplazamientos. La red de cañadas no se basaba en rutas prerromanas, ni visigodas, ni musulmanas, sino que su trazado sigue el proceso del avance cristiano hacía la meseta meridional ya que la reconquista y la pacificación de un territorio era condición indispensable para que hombres y ganados realizaran la trashumancia con una relativa seguridad. Las cañadas principales fueron cuatro: la leonesa, la segoviana, la soriana y la conquense coincidentes con los cuatro partidos de la Mesta. Los Puertos Reales o aduanas estaban situados en el punto medio del recorrido de las cañadas, se localizaban en Gredos, en los Montes de Toledo y en el Campo de Calatrava. La Hacienda Real ingresaba entre el 3% y el5% del importe de las mercancías que atravesaban la aduana. En el año 1755 desparece el cobro por el paso de mercancías por las adunas o Puertos Reales.

La cabaña merina se dividía en rebaños que reunían 1.000 cabezas, atendidas por cinco pastores: un rabadán, jefe y responsable del rebaño ante el mayoral como jefe de todos los rebaños de un propietario ganadero, un compañero o segundo, un sobrado o tercero, un ayudador o cuarto y el zagal. Los ganados merinos trashumantes de la Mesta realizaban migraciones semestrales y el pastoreo seguía el ritmo del calendario agrícola. A finales de abril se emprendía el camino cañada arriba hacía los agostaderos norteños y hacía el inicio del otoño se volvía cañada abajo hacía los pastos del mediodía. Los rebaños avanzaban por la cañada a razón de cuatro a seis leguas diarias, entre veinte y treinta kilómetros por lo que tardaban en llegar a las dehesas de destino unos veinte días.
Tal era la importancia del aprovechamiento de los pastos que la calidad de la lana se establecía en función de la zona de pasto del ganado merino. Se consideraba como la lana más pura y fina la que se esquilaba a los ganados que pastaban durante los veranos en las sierras de León. Para las labores del esquileo eran los esquiladores segovianos la mano de obra más demandada. Las labores del esquileo se realizaban entre los meses de mayo y junio, antes de iniciar el ascenso a los pastos de verano en las tierras altas, en las casas de esquileo o ranchos. Por el contrario, las tareas de paridera ocupaban el mes de enero en las dehesas meridionales y al emprender el camino a los agostaderos las crías podían seguir ya la marcha del rebaño. En el término de Cuenca, según declararon los peritos catastrales de esta ciudad, solamente existía una casa de esquileo la denominada Cueva del Fraile. En las villas del municipio de Campos del Paraíso no existían casas de esquileo y eran los mismos propietarios o los pastores que trabajaban para ellos los que realizaban el esquileo. En algún caso el esquileo lo realizaba un esquilador contratado temporalmente para esta tarea. A comienzos del siglo XVIII las lanas obtenidas de los ganados merinos se agrupaban en tres grandes denominaciones según su procedencia. Así nos encontramos con las lanas de Segovia, las de Soria y las de Andalucía. La lana de Segovia, que era la más apreciada, se vendía a 70 reales de vellón la arroba de 25 libras, las lanas de Soria seguían en finura a las de León y las de Andalucía, las peores y más ordinarias, se vendían a 20 reales la arroba. Las lanas de Soria y Cuenca se cotizaban entre diez y once reales por debajo de las de Segovia, aunque las lanas de Soria podían valorarse cuatro reales por encima de las de Cuenca. Recordemos que la lana en Castilla se dividía en dos grandes apartados, la lana ordinaria o basta, llamada churra o morena, y la lana fina o merina. Los ganados de lana churra eran animales estantes que aprovechaban los pastos locales y complementaban los escasos ingresos derivados de las actividades agrícolas y cuyos rendimientos e importancia económica no puede compararse de ningún modo a los obtenidos por los ganados merinos.

La lana merina será la base del esplendor de ciudades como Toledo, Segovia , Córdoba y Cuenca. En el primer tercio del siglo XVIII se exportaba una media anual de 3.474 toneladas de lana, entre 1750 y 1769 se exportaba una media de 4.900 toneladas anuales y a finales de siglo la exportación había descendido a unas 4.200 toneladas anuales. En el año 1843 solamente se exportaban 2.882 toneladas de lana fina. La importancia de la Mesta está fuera de dudas y surtió a Europa de lana fina pero no debemos olvidar la importancia para Castilla de los ganados estantes que la abastecían de carne y de lana para cubrir las necesidades del consumo interior. Los ganados estantes eran a mediados del siglo XVIII de cerca de 15 millones de cabezas, cuatro veces el número de los animales merinos. El número de pastores durante el siglo XVIII se estima en un número que ronda los 30.000. Estamos hablando de ganado de raza merina y sin embargo este término y su origen esta todavía siendo motivo de discusión entre los investigadores e historiadores que centran su trabajo en La Mesta. La oveja merina constituye un enigma pues desconocemos su procedencia, la forma en que se introdujo en la península y cuando se introdujo en la península. El nacimiento de la Mesta fue anterior e independiente de la presencia de la raza merina en la Corona de Castilla. Por lo tanto existe una falta de simultaneidad entre el nacimiento de esta organización y la presencia de ganados merinos. El término no se aplicó a la lana de las ovejas de lana fina hasta fines del siglo XIV, pero desde entonces se ha convertido en sinónimo de lana de la mejor calidad y a ser la materia prima imprescindible en los telares de Europa para las manufacturas de transformación de la lana durante los siglos XVI y XVII. En los archivos de la Catedral de Cuenca y en su Archivo Histórico se han localizado dos testamentos de los años 1376 y 1377 en los que se recoge el término de ovejas merinas.
En Castilla la crisis definitiva de la Mesta tiene lugar en el siglo XVIII a pesar de vivir en este siglo un años de relativo esplendor. La asociación desaparece en el año 1836, después de unos años de crisis que arrancan en el año 1808 con la crisis del Antiguo Régimen, con las disposiciones antimesteñas de las Cortes de Cádiz y con el decreto del año 1813 sobre libertad de cultivos. Desde el año 1780 y durante 50 años la agonía de la Mesta se hace palpable hasta que por Real Orden de 31 de Enero de 1836 el Concejo de la Mesta es sustituido por la Asociación General de Ganaderos. La agonía de la Mesta fue provocada por factores económicos, políticos e ideológicos. La necesidad de aumentar la producción agraria al crecer la población hizo que se roturaran tierras antes no labradas de pastos y montes ya que la tierra se había convertido en un bien deseable porque de ella se obtenían rentas mayores que de la ganadería por el alza del precio de los cereales y por el descenso del precio de la lana unido a la subida de los arrendamientos de pastos ante su escasez cada vez mayor. A estas circunstancias se suma que las lanas merinas castellanas, antes sin competencia, empiezan a ser desplazadas por las lanas de Sajonía donde se había aclimatado e incluso mejorada la raza merina. Las exportaciones se hundieron y la cotización de la lana caía en picado por lo que los resultados económicos de la trashumancia eran una autentica ruina. Los dueños de los ganados solo querían deshacerse lo antes posibles de sus rebaños.

La alimentación de las reses merinas necesita de amplios terrenos de pasto por lo que las etapas de crisis y auge de la Mesta han estado en función de la extensión o contracción de las actividades agrícolas y de la existencia de suelo destinado a pastos lo que dio lugar durante los siglos XV, XVII y XVIII a enfrentamientos entre agricultores y ganaderos. Para establecer la necesidad de pasto para herbajar el ganado merino las hierbas se median por millares, o pastizal capaz de alimentar a 1.000 cabezas ovinas, y en quintos, pasto hábil para 500 reses. Cada oveja necesitaba una fanega de tierra al día para su alimentación por lo que un millar de ovejas necesitaban unas 500 hectáreas para poder pastar con amplitud. Estas cantidades dan idea de lo que suponía en Castilla el desplazamiento de los ganados de la mesta que cada seis meses atravesaban su territorio en las tareas de trashumancia. En contrapartida, por lo que se refiere al producto que de estos ganados se obtenía podemos decir que en años regulares bastaban seis cabezas de merinos para obtener una arroba de lana y si el año era de los que podemos considerar como malo se llegaban a necesitar hasta siete y ocho cabezas para esquilar una arroba de lana. La cantidad de lana que proporcionaba una cabeza dependía fundamentalmente de la abundancia o escasez de pasto por la lluvia o por la sequía en los inviernos. De modo general se calculaba que de 100 cabezas se esquilaban 17 arrobas de lana y que una vez lavadas perdían la mitad de su peso.

Para conocer mejor los altibajos que fue teniendo esta agrupación de ganaderos vamos a fijarnos en el número de animales de la raza merina con los que contaba la Mesta en momentos puntuales de su evolución. En el año 1300 el número de cabezas trashumantes era 1.500.000 y en el año 1477 habían llegado a las 2.694.032 cabezas. En el año 1519 se considera que la Mesta agrupa a 3.200.0000 cabezas de animales. Durante el siglo XVI la Mesta contó con una media entorno a los 2.500.000 cabezas de merinos, cifra que desciende a unos 2.000.000 en el año 1600 en el que comienza un progresivo descenso en el número de animales para recuperarse la cabaña mesteña en el siglo XVIII hasta su desaparición en el primer tercio del siglo XIX.

Por lo que se refiere a la riqueza generada por estas cabezas de ganado sabemos que en el año 1585 los ingresos obtenidos por La Mesta se calculan en 32.820.161 maravedíes. A mediados del siglo XVIII el número de cabezas merinas era de 3.500.000, en el año 1780 el número de ovejas trashumantes había descendido hasta 2.384.976. En este último año las cabezas de animales de ganados estantes de 2.409.889. En el año 1818 el número de cabezas de la Mesta ha remontado hasta las 2.750.000, pero solamente serán 1.100.000 en el año 1832, cuatro años antes de su disolución por una Real Orden. En estas cifras están contabilizados los ganados de los cuatro partidos de la Mesta más los de los ganaderos de Madrid, los de algunos ganaderos dispersos y los ganados propiedad de las órdenes eclesiásticas. Como resumen podemos decir que la etapa de expansión de la raza merina se extiende hasta el año 1520. Durante el resto del siglo XV y durante el siglo XVI se registran periodos de crisis y recuperación. La crisis se acentúa en el primer tercio del siglo XVII produciéndose una recuperación en las dos últimas décadas de este siglo. A mediados del siglo XVIII los ganados estantes, que eran los que abastecían de carne y lana al consumo interior de Castilla, eran, según la encuesta catastral, unos 15.000.000 que descienden a 8.000.000 a finales del siglo. El siglo XVIII supone el último esplendor de la Mesta, sobre todo en los años centrales de la centuria.











1 comentario:

  1. COMO SIEMPRE UN MAGNIFICO RELATO DEL CUAL SE APRENDE. GRACIAS Y UN SALUDO.

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