Poder y riqueza: los judeoconversos de Castilla en el tránsito del Medievo a la Modernidad. María del Pilar Rábade Obrad.
El doctor Juan Díaz de Alcocer es nieto de Fernando Díaz de Alcocer, que vivía en Alcalá de Henares en los años centrales de la década de los 30 del siglo XV. Juan II ordenó a su montero mayor, Diego Hurtado de Mendoza, que lo armara caballero. Otro Fernando Díaz de Alcocer, escribano de cámara, hijo del anterior, es el padre del doctor Juan Díaz de Alcocer. Juan Díaz de Alcocer obtiene un grado de licenciado, aunque no se ha podido determinar la universidad en la que cursó esos estudios. Su primer apuntamiento como oficial cortesano se hizo en 1465, cuando se convirtió en miembro del consejo y en oidor de la audiencia de Alfonso de Castilla, que acababa de ser proclamado rey tras la deposición de su medio hermano, Enrique IV, en la Farsa de Ávila. Tras la muerte de Alfonso en 1468, Juan se integró en la corte de Enrique IV, ostentando los mismos oficios que ya había desempeñado junto al difunto. Cuando se inició el reinado de los Reyes Católicos en 1474 se encontraba a su lado. El servicio a la corona permitió a Juan Díaz de Alcocer hacerse con un importante patrimonio. También le reportó un gran reconocimiento social, pues se le consideró uno de los juristas más destacados del reinado. Fue regidor de su ciudad de residencia, Valladolid. Su primogénito, Cristóbal, fue introducido tempranamente en la corte de los Reyes Católicos, aunque su prematura muerte hizo que Juan se centrara en su segundogénito, García, hasta ese momento dedicado a la carrera eclesiástica, pues ya se le había concedido una canonjía en Granada. García sustituyo a su difunto hermano mayor en los planes de su padre. Dejó de lado la carrera eclesiástica para asentar como oficial en la corte de los Reyes Católicos, aunque su carrera como tal nunca logró ensombrecer la de su padre. También fue el beneficiario del mayorazgo que fundaron sus progenitores, así como quien sucedió al doctor de Alcocer en la regiduría de Valladolid. Durante sus últimos años de vida Juan Díaz de Alcocer y su esposa fundaron la capilla que iba a convertirse en su última morada en la Iglesia de San Miguel de Valladolid, bajo la advocación de San Juan Evangelista. La pareja la dotó muy generosamente, quedando como patronos de la misma dos de los tres hijos que les sobrevivieron: García e Isabel; la tercera, Juana, quedó al margen, posiblemente porque hacía ya muchos años que se había apartado del mundo, tras ingresar en el monasterio cisterciense de San Quirce de Valladolid.
La
única hermana, Isabel, casó con Gómez González de la Hoz, también converso, así
como también oficial al servicio de la corona. Probablemente el más destacado
de la parentela fue uno de los cuñados de Isabel, don Esteban González de la
Hoz, protonotario apostólico, consejero de los Reyes Católicos, que, aunque
ostentó a lo largo de su vida diversos cargos eclesiásticos, se permitió el
lujo de rechazar nada menos que dos mitras episcopales, las de Calahorra y
Astorga, que le ofrecieron Isabel y Fernando.
Juan Arias de Ávila y González, más conocido como Juan Arias Dávila (h. 1436, Segovia – 1497, Roma) fue nombrado obispo de Segovia, protonotario apostólico y del Consejo Real de Enrique IV de Castilla y los Reyes Católicos. Fue un mecenas de las artes y las letras y está considerado el introductor de la imprenta en España, de la mano de Juan Parix de Heidelberg, quien imprimió en Segovia el Sinodal de Aguilafuente en 1472. Mandó edificar también el palacio episcopal de Segovia y reedificó el castillo de Turégano. Yace sepultado junto al denominado altar del Crucifijo de la catedral de Segovia.
Ya avanzada la década de los
ochenta, el Santo Oficio abrió proceso contra los progenitores y la abuela
materna del prelado segoviano. El desarrollo del proceso, que debió resultar
bastante escandaloso, es muy mal conocido. Pero lo que parece evidente es que
se recogieron abundantes testimonios incriminatorios contra las dos mujeres, a
las que los declarantes pintaban como criptojudías, mientras que los
testimonios relativos al padre parecen apuntar más bien en otra línea, la del
desprecio hacia el cristianismo, pero también hacia el judaísmo. Las cosas se
pusieron tan feas, que el obispo debió de considerar que la única opción de que
el proceso terminara bien para sus parientes pasaba por recurrir al amparo de
Roma, donde podía acudir a Rodrigo de Borja, con quien le unía una vieja
amistad. De modo que marchó subrepticiamente a la Ciudad Eterna, donde iba a
pasar el resto de su vida. Allí desarrolló una exitosa estrategia, que culminó
con la absolución de sus parientes, absolución que los soberanos estuvieron
dispuestos a acatar.
Abrahem Seneor y Meyr Melamed, suegro y yerno, se convierten al cristianismo en 1492 como Fernán Pérez Coronel y Fernán Núñez Coronel. La familia una la riqueza que ya tenía al prestigio social que su condición judía le había negado.
Fernán Pérez Coronel se convierte en miembro del consejo real,
regidor de la ciudad de Segovia, en la que estaba avecindado, y, finalmente, se
le concedió ejecutoria de hidalguía, rehabilitando un antiguo linaje
desparecido como consecuencia de la extinción de sus miembros. Como símbolo de
su nueva funda una capilla funeraria en el monasterio de El Parral de Segovia bajo
la advocación de la Santa Cruz.
El éxito de los Coronel fue efímero. La participación de algunos
miembros de la familia en la guerra de las Comunidades fue determinante. Sobre
todo, hay que destacar el papel que jugó Íñigo López Coronel, cuya única hija
estaba casada con Juan Bravo, uno de los líderes comuneros.
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